jueves, 4 de noviembre de 2010

La cucharita


La primera vez le dio siete vueltas a la cucharilla del café, siete, número cabalístico, ¡qué casualidad! Aún quemaba demasiado, así que procedió a la segunda ronda de removida con sólo tres. Miraba por la ventana de la cocina a las palomas colgándose de las cuerdas de la ropa, impasibles y lozanas, ¿un pájaro puede resultar lozano? Aquellos lo eran por sobrealimentación. Parecían reirse de él desde el otro lado del cristal, como asegurándole que ellas podían dormir tranquilas incluso funambulando sobre un alambre. Removió el contenido de la taza cinco veces más. Pensó en su mejor amigo, que estaría soñando con casas en la playa y niños descalzos. Otra vuelta más de cucharilla. Su mejor amigo, ya no tenía sentido llamarle así, ¡anda que si hubiera sido el peor!...Menuda farsa le tocaba representar ahora, cuando el olor del perfume de aquella mujer, que sólo había sido la suya por unas horas, regresaba de puntillas al lecho matrimonial. Ocho vueltas, más vale que sobre a que falte. Su castigo no era la culpabilidad, sino más bien ser consciente de la carencia de su peso y seguir viviendo para callarlo. Seguir jugando al isósceles como parte del espectáculo. Cinco vueltas, redundancia cíclica, falta de pecados y sangre de pecador. Hubiera repetido, más por curiosidad que por vicio, ¿sería ella capaz? No podía dejar de hacer girar la cucharilla como una letanía, como las vueltas de los segunderos de aquello que llamaban corazón. Depronto ya no le apeteceía el café, se había mareado.

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